miércoles, 14 de marzo de 2012

TAORMINA, LOS ÁRBOLES Y EL BOSQUE


Otra leyenda cuenta que, en alguna ocasión, los marineros que pasaban por la costa oriental de Sicilia olvidaron hacer sacrificios en honor a Poseidón, y él, como castigo, los hizo naufragar. Murieron todos, salvo un tal Teocles, que se refugió en el actual Capo Schisò. Al volver a Grecia, Teocles fue proclamando por todas partes las maravillas sicilianas y convenció a los griegos para que se instalaran en la isla. Fue una especie de efecto llamada, porque la costa este de Sicilia se llenó de griegos.


Taormina -como Catania, como Siracusa, su principal competidora- fue fundada por los griegos con el nombre de Naxos. Entre Naxos y Siracusa hubo tal rivalidad que el tirano de Siracusa, Dionisio I, destruyó Naxos y les entregó lo que quedó de ella a los primitivos sicilianos, los sículos o sicanos, quienes establecieron en el lugar el campamento de Monte Tauro (nada que ver con la palabra toro, ya que ese tauro también significa monte).


No obstante, Dionisio volvió a la carga, llenó Taormina de mercenarios suyos y de los sículos a la ciudad sólo le quedó el nombre, Tauromenion, en versión griega. La ciudad se helenizó completamente. Ni bizantinos, ni romanos, ni árabes ni normandos, ni siquiera las travesuras del Etna lograron despojarla de su impronta de ciudad griega.


Taormina desde el Teatro Grecorromano


El caso es que o la historia parece repetirse o el destino no le ha dejado nunca a la ciudad ser de los sicilianos, igual que no le permitió ser de los sículos. Desde el siglo XVIII fueron los viajeros los que tomaron Taormina, algunos ilustres, como Goëthe, Truman Capote, Thomas Mann, y más tarde las estrellas de Hollywood, quienes la eligieron como ciudad de descanso.


Esa atracción que ha ejercido Taormina en los viajeros también la ha condenado: en realidad, es casi imposible apreciarla y solo su teatro grecorromano está a salvo de los árboles que no dejan ver el bosque. La ciudad hay que imaginarla detrás de su máscara: de su abigarramiento de tiendas -el paraíso del comprador de recuerdos-, cafés, restaurantes y hotelitos que atestan su vía principal, el corso Umberto I, entre las dos puertas de la ciudad, la de Catania (al sur) y la de Messina (al norte). 


Taormina vende cara la visita y exige ciertos sacrificios. Es imposible acceder en coche ya que todo es peatonal y hay que optar por el autobús o el funicular para llegar al centro histórico. Hoy Taormina tampoco es de los sicilianos. Es de los turistas, y eso se paga.



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