ALGO PASA CON GRECIA desde el año 2009,
cuando se celebraron elecciones generales. El candidato socialista, Yorgos
Papandreu, obtuvo la mayoría absoluta y derrotó al partido que había gobernado
durante las dos anteriores legislaturas, el de Karamanlis. Al llegar al poder,
el nuevo gobierno hizo público que el anterior había falseado las cifras del
déficit griego, que se estimaba en un 3,7%. En realidad era del 12,7%, guarismo
que puso de los nervios a las instituciones financieras y a toda la Unión Europea. La consecuencia inmediata fue
un endeudamiento mayor del país para hacer frente a su deuda externa, y las
medidas draconianas no se hicieron esperar. Rondas y rondas de decisiones cada
vez más salvajes. Las últimas, de febrero de este mismo año, reducen en un 22%
el salario mínimo y prevén el despido de quince mil funcionarios. La vida
cotidiana de los griegos se ha resentido mucho y la indignación campa un día sí y otro también en las puertas del Parlamento.
Grecia ha sido trending
topic casi a diario: la deuda de Grecia, el primer rescate de Grecia, cien mil griegos
concentrados en la plaza Syntagma, el miedo al contagio, no querer terminar
como Grecia, las barbas del vecino, trescientos mil griegos otra vez en
Syntagma, el segundo rescate de Grecia, las amenazas made in Merkel… Y vuelta a
empezar.
La deuda de Grecia parece un pozo sin fondo y lo más
probable es que sea la punta de un iceberg que nos está cuestionando a todos
los demás. Por eso tal vez va a ser inoportuno y bastante demagógico recordar
la deuda que todos los demás tenemos con Grecia: en las costas del Egeo
surgieron las primeras civilizaciones europeas, la democracia, la filosofía, el
arte y la literatura occidentales, el estudio de la historia, la política, los
principios de la ciencia, las ciudades… Y la tragedia.
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