De Heracles se dice que plantó en la colina
del bosque Altis un olivo silvestre cuyas ramas servían para fabricar las
coronas de los vencedores en las pruebas olímpicas. Al centro de ese bosque,
donde se elevaba un altar a Zeus, acudían los sacerdotes a escuchar el oráculo
del superdios, e interpretaban sus palabras a través del fuego, un fuego sagrado que
encendía el vencedor de la primera prueba del pentatlon. Es el origen de la
ceremonia de la antorcha olímpica.
El santuario de Olimpia, situado en la región
de la Élide, al oeste de la península del Peloponeso, no solo está ligado a la
historia de los antiguos griegos sino también a nuestra cultura deportiva. Es
aquí donde se enciende cada cuatro años la antorcha olímpica.
En la Antigüedad, el santuario tenía dos áreas: una para los edificios
destinados a las competiciones deportivas y otra para los actos religiosos.
La zona deportiva estaba trazada en forma de
U alrededor del bosque Altis, y contenían espacios para que los atletas
pudieran alojarse, entrenarse y competir, como la palestra (el lugar de
entrenamiento), el estadio (para las competiciones de carrera, lucha y pentatlón)
y el hipódromo (destinado a las
carreras de caballos y carros).
El recinto sagrado se ubicaba en medio del
bosque Altis, a los pies de la colina dedicada a Zeus. Los restos mejor
conservados de esta zona sagrada son el Heraion o Templo de Hera y el Templo de
Zeus. El primero debió construirse en el siglo VII a. C. y contenía la estatua
de Hermes con Dionisos, de Praxíteles. El de Zeus fue el modelo perfecto del
templo dórico y albergaba en su interior la gigantesca estatua de Zeus, de
Fidias, hoy desaparecida. Parece ser que fue llevada a Bizancio, donde, por una ironía del destino, fue
quemada. Ay, el fuego sagrado...
Restos del Templo de Zeus |
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