El nombre antiguo de la isla de
Sicilia es Trinacria y se lo debe a su forma triangular. De hecho, la figura
que aparece en su bandera también recibe el nombre de trinacria: tres piernas flexionadas que representan la forma de la
isla y en el centro la cara de Medusa, con alas y tres espigas que representan
las prosperidad y los frutos de la tierra.
Decía en broma el juez Giovanni
Falcone que, al final, la culpa de todas las tragedias sicilianas fue de
Saladino, entre otros. Con ello aludía al espíritu a la vez sumiso y rebelde de
los sicilianos, acostumbrados, por una parte, a los asentamientos en su
territorio de sucesivos pueblos y culturas; y reticentes, por otro, a aceptar
tales ocupaciones, incluida su anexión a Italia.
Con tantas oleadas de colonos, nadie se
acuerda ya de los sículos o sicanos, los primitivos habitantes de Sicilia. La
isla es, según se mire y se recorra, fenicia, cartaginesa y, sobre todo,
griega, aunque inevitablemente acabara en colonia romana tras la Primera Guerra
Púnica.
También los sarracenos viajaron a Sicilia a
pelearse entre ellos, conflicto que aprovecharon los normandos, que fueron los ocupantes que dejaron,
junto a los griegos, mayor huella artística: impusieron
en la zona occidental de la isla un estilo arquitectónico muy peculiar, el
árabe-normando, una mezcla de elementos árabes, bizantinos y románicos que
puede verse en las catedrales e iglesias de Palermo, Monreale y Cefalù. Son los
normandos los creadores del concepto de Las
Dos Sicilias, es decir, nuestra isla por un lado, y, por otro, la parte sur de la península italiana, las regiones de Calabria y Apulia, que también cayeron bajo el dominio normando.
Durante la Edad Media el reino de Las Dos
Sicilias quedó dividido: la zona napolitana se sometió a Francia por razones
que sería prolijo explicar; y la isla proclamó su independencia poniéndose bajo
la protección del rey de Aragón. Empezó en este momento su larga etapa de influencia y
dominación española que no se terminaría hasta el Tratado de Utrecht, en 1713,
que separó a Sicilia de Nápoles y coronó como rey en la isla a Victor Amadeo
II, duque de Saboya, quien se la cedió después a Austria a cambio de Cerdeña.
Los austriacos fueron los dueños de Sicilia e
impusieron el absolutismo hasta que empezaron los movimientos revolucionarios que culminarían con la unificación de Italia y la centralización
del poder. En 1860, derrotados los austriacos en varios frentes del sur de
Italia, Garibaldi se presentó en la isla con su ejército de casacas rojas y se
hizo con su control. Los sicilianos, sobre todo los nobles, no veían con buenos
ojos su anexión a la nueva Italia, pero terminaron aceptándolo como mal menor: Todo tiene que cambiar para que todo siga
igual, es la famosa frase del Príncipe Salina en la novela El Gatopardo, con la que argumenta la
capitulación siciliana.
En la época fascista de Mussolini se desató
una sangrienta lucha sobre Sicilia para destruir a la mafia, cuya existencia se
remonta al siglo XV. Pero fue una campaña ficticia, ya que entre los fascistas
y los mafiosos hubo alianzas en muchas ocasiones para frenar la popularidad que
comunistas y socialistas estaban alcanzando en la isla.
En la Segunda Guerra Mundial Sicilia tuvo
gran protagonismo, ya que fue en sus costas donde se produjo el desembarco
aliado de julio de 1943, que permitiría la total liberación del territorio
italiano.
Desde 1948 Sicilia es una región autónoma con
parlamento propio y amplios
poderes de autogobierno, algo que contentó en cierta medida al escéptico pueblo
siciliano, que siempre vive con la sensación de abandono por parte de Roma.
Pero ese es otro capítulo. La política siciliana merece un blog aparte y bastará teclear algo en Google para que aparezcan mil bitácoras sobre este espinoso asunto.
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