martes, 3 de abril de 2012

COMO APERITIVO...



COMO APERITIVO, una selección de imágenes de nuestro viaje. A todos los que habéis participado en él os invitamos a enviar vuestras fotografías y a escribir vuestras impresiones, esas fotografías que no se hacen pero perduran más en nuestra memoria. Para publicar tus historias, sensaciones, anécdotas y recuerdos, envía tus textos y tus imágenes a inmahcr@iesnorba.com

Sería bonito que este blog continuara activo.

Té con menta en Sidi Bou Said (Túnez)

En el Fuerte San Telmo (Malta)


Paseando por Taormina (Sicilia)

Españoles en Sicilia (Messina)

Competición en el estadio de Olimpia

Admirando la Acrópolis (Atenas)




domingo, 25 de marzo de 2012

NOS VAMOS

Con el poema de Constantino Cavafis (Alejandría - 1863 -1933) os deseo a todos un feliz viaje.


ÍTACA

Cuando emprendas tu viaje a Ítaca
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias.
No temas a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al colérico Poseidón,
tales seres jamás los hallarás en tu camino
si tu pensamiento es elevado, si es selecta
la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.
No encontrarás ni a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al salvaje Poseidón
si no los llevas dentro de tu alma,
si no los eleva tu alma ante ti.
Pide que el camino sea largo,
que sean muchas las mañanas de verano
en que llegues, con qué placer y alegría,
a puertos nunca vistos antes.
Detente en los emporios de Fenicia
y hazte con hermosas mercancías,
nácar y coral, ámbar y ébano
y toda suerte de perfumes sensuales.
Ve a muchas ciudades egipcias
a aprender de sus sabios.
Ten siempre a Ítaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino,
mas no apresures nunca el viaje.
Es mejor que dure muchos años,
y al atracar, viejo ya, en la isla,
habrás enriquecido con cuanto ganaste en el camino
sin esperar que Ítaca te enriquezca.
Ítaca te brindó un hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino,
pero ya no tiene nada que darte.
Aunque la encuentres pobre, Ítaca no te ha engañado.
Así, sabio como has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya qué significan las Ítacas.

Cavafis, Antología poética.
Alianza Editorial 1999.

LA CALLE DE LOS DIOSES


NO SE SABE POR QUÉ algunos visitantes de Atenas viajan a la ciudad con un prejuicio extraño. Esperan encontrarse una ciudad caótica, de tráfico infernal, y como una olla a presión. Tal vez porque han visto el ambiente de los partidos del Olympiakos y el Panathinaikos y lo asimilan a la capital de Grecia. No obstante, Atenas es caótica e infernal en algunos de sus barrios. Ahora más.

No será la primera vez que el viajero, que recorre básicamente el centro histórico y arqueológico, se sorprende al llegar a una ciudad tranquila, abarcable y que da la impresión de que todo está a mano (aunque no sea realmente así). Esa sensación se tiene incluso en la Plaza Syntagma, el centro político de la ciudad, con el más que visto Parlamento (todos los dias sale en televisión) y su cambio de guardia. También es hermoso y calmante contemplar la ciudad desde el Partenón y ver sus colinas (muchas): Licabeto (la de mejor panorámica), Filopapos, Tourkovonia… Y la que no vemos desde allí: la Acrópolis.


Ya lo sabemos, Atenas es un paseo por la Antigüedad. Una de las calles peatonales más largas de Europa nos permite recorrer su arqueología: El Templo de Zeus Olímpico, la Acrópolis, el Ágora… La calle de los dioses, ya que, según se cuenta, el Oráculo de Delfos en el 510 a. C. decretó que la Acrópolis sólo sería habitada por divinidades. Pericles, muy obediente, inició la transformación de la Acrópolis en una zona llena de templos y estatuas, trabajo que fue supervisado por Fidias, famoso ya entonces por la creación de la imponente estatua de Atenea en bronce, que se colocó en el centro del santuario.

A los pies de la Acrópolis, los dos barrios más antiguos de Atenas: Plaka y Monastiraki. El primero es el más turístico: sus calles estrechas e intrincadas fueron el centro de la vida pública en la antigua Atenas, pero la estrechez y el aspecto laberíntico le viene al barrio de la ocupación otomana. Hoy los turistas se pierden en sus tiendas, cafés y restaurantes donde aún tiene olor la verdura y la fruta.


Territorio de la Biblioteca de Adriano
Al oeste de Plaka está Monastiraki, también estrecho y asimétrico, con edificios de influencia turca y bizantina. En su plaza principal se encuentran la Biblioteca de Adriano y la basílica bizantina de Pantánasi. Todos los domingos en Monastiraki hay mercado, el Pazari, que se abarrota de gente dispuesta a comprar y vender cualquier cosa. El regateo es obligatorio, supuestamente por el influjo otomano. O será otro prejuicio.

BENDITO PERICLES


La Acrópolis ateniense (acrópolis, ciudad alta) estuvo habitada desde el Neolítico, y en el 1400 a. C. Atenas ya era un centro importantísimo en la civilización micénica. Los griegos se definían como jónicos puros, ya que durante la invasión dórica Atenas no fue saqueada, y, aunque en esos momentos perdió parte de su poder, su posición central en el mundo griego, su emplazamiento seguro sobre la acrópolis y sus accesos al mar le daban ventaja sobre otras ciudades rivales, como Esparta y Tebas.

Durante el primer milenio, Atenas consiguió ser una ciudad estado independiente, y gobernada por reyes, es decir, la aristocracia. Durante el gobierno de los Eupátridas (los bien nacidos), Atenas ejerció su influencia y su poder sobre otras ciudades de la Ática, y creó un estado muy fuerte en la península helénica, un estado que no estaba exento de conflictos y desigualdades, que dieron lugar a numerosas revueltas populares.

El caso es que las revueltas hicieron de la necesidad virtud. En un primer momento, llegó la legislación de Dracón, muy dura (draconiana); y después, la Constitución de Solón, que implicó reformas más serias: la reducción del poder de los Eupátridas, la abolición de la esclavitud y el impulso de una nueva clase urbana y comercial. Es decir, se pusieron las bases de lo que se convertiría en la democracia ateniense.

Aunque en la democracia hubo un paréntesis, con el gobierno de Pisístrato y sus hijos (sobre todo Hippias, que se convirtió  en un dictador terriblemente impopular), Clístenes fue el sucesor natural de Solón, y también hizo grandes reformas en la estructura de poder de la ciudad. La dividió en diez tribus, que constaban de tritias y demos. Las tritias elegían sus reprensentantes para la Boulé, el consejo gobernador de Atenas. Y las demos constituyeron la base del gobierno local. La asamblea estaba abierta para todos los ciudadanos y controlaba la corte legislativa y la corte suprema (excepto para los casos de asesinato o religiosos, donde aún decidían los aristócratas). Este sistema se mantendría hasta la época romana.

Busto de Pericles. Museo Vaticano.
Pero gran momento (o momentazo) que supone la hegemonía de Atenas como centro cultural y de pensamiento es el siglo V a C. o siglo de Pericles. En este siglo viven las figuras que dan lugar a nuestra cultura occidental y en muchos campos del saber y las artes: Esquilo, Sófocles, Aristófanes, Sócrates, Platón, Aristóteles, Herodoto, Tucídides, Jenofonte, Fidias… Pericles usó los impuestos de la confederación de Delos para construir el Partenón y otros grandes monumentos de la Atenas clásica. La ciudad se convirtió, en palabras del propio Pericles, en La Escuela de Hellas.

El resentimiento de otras ciudades ante la brillantez y dominio ateniense provocó la Guerra del Peloponeso en el 431 a. C. Atenas y su influencia marítima se enfrentó a una coalición liderada por Esparta, vencedora del conflicto que fue el principio del fin de la Atenas dominante y esplendorosa.
Más tarde habría de venir el dominio macedonio, Alejandro Magno y, como no, Roma. Pero eso ya es otra historia muy larga, que, sin embargo, no terminó con la reputación Grecia como ciudad culta y filósofa.

miércoles, 21 de marzo de 2012

EL MUSEO DE OLIMPIA


A unos doscientos metros del recinto sacro-deportivo de Olimpia está el Museo Arqueológico, que fue protagonista de la prensa mundial en febrero de este mismo año por el robo a mano armada de entre sesenta y setenta piezas. Parece ser que los ladrones encapuchados rompieron varias vitrinas y se llevaron estatuillas de bronce, varias piezas de cerámica y un anillo de oro, pertenecientes a las colecciones de la historia de los Juegos Olímpicos. Pero antes, a punta de pistola le habían preguntado a la única vigilante presente por el lugar donde se hallaban las “coronas de oro”. Muy documentados no iban los cacos, pero casi lograron la dimisión del Ministro de Cultura.

Por si le faltaba poco a Grecia. Con el suceso, la prensa puso el grito en el cielo y culpó del robo a los recortes de personal en las instituciones públicas. No hay últimamente noticia en Grecia que no se vincule a las penurias económicas (la prensa sensacionalista alemana llegó a publicar el pasado año que Grecia podría plantearse vender el mismísimo Partenón). Pero en el caso de Olimpia, más tarde se aclaró que todo fue producto de la casualidad, ya que la noche de autos había tres vigilantes, pero uno tuvo que ausentarse por una visita al hospital y el otro llegó cinco minutos tarde. El fatum.

Seamos positivos. El Museo Arqueológico de Olimpia tiene la suerte de acoger verdaderos tesoros. Las obras que presenta se distribuyen cronológicamente en sus doce salas, que recorren el camino desde la prehistoria a los últimos años del  Santuario de Olimpia: testimonios del arte neolítico y de periodos arcaicos, figuras de bronce y terracota, los frontones de los tesoros de Megara y Gela… Y veremos las obras en las que es imprescindible detenerse: la escultura de Zeus raptando a Ganimedes, los frontones y metopas del Templo de Zeus que representan los trabajos de Hércules, la estatua marmórea de Niké y el Hermes con Dionisos, de Praxíteles.




Afortunadamente en este caso, la antigua Olimpia y su santuario han abastecido al museo sin que nada tenga que salir de Grecia. Porque lo del atraco al patrimonio griego no es nuevo. Los británicos saben bastante del asunto, y no precisamente los de Scotland Yard. 

martes, 20 de marzo de 2012

OLIMPIA, JUEGOS Y DIOSES


De Heracles se dice que plantó en la colina del bosque Altis un olivo silvestre cuyas ramas servían para fabricar las coronas de los vencedores en las pruebas olímpicas. Al centro de ese bosque, donde se elevaba un altar a Zeus, acudían los sacerdotes a escuchar el oráculo del superdios, e interpretaban sus palabras a través del fuego, un fuego sagrado que encendía el vencedor de la primera prueba del pentatlon. Es el origen de la ceremonia de la antorcha olímpica.

El santuario de Olimpia, situado en la región de la Élide, al oeste de la península del Peloponeso, no solo está ligado a la historia de los antiguos griegos sino también a nuestra cultura deportiva. Es aquí donde se enciende cada cuatro años la antorcha olímpica.

En la Antigüedad, el santuario tenía dos áreas: una para los edificios destinados a las competiciones deportivas y otra para los actos religiosos.

La zona deportiva estaba trazada en forma de U alrededor del bosque Altis, y contenían espacios para que los atletas pudieran alojarse, entrenarse y competir, como la palestra (el lugar de entrenamiento), el estadio (para las competiciones de carrera, lucha y pentatlón)  y el hipódromo (destinado a las carreras de caballos y carros).

Estadio de Olimpia

El recinto sagrado se ubicaba en medio del bosque Altis, a los pies de la colina dedicada a Zeus. Los restos mejor conservados de esta zona sagrada son el Heraion o Templo de Hera y el Templo de Zeus. El primero debió construirse en el siglo VII a. C. y contenía la estatua de Hermes con Dionisos, de Praxíteles. El de Zeus fue el modelo perfecto del templo dórico y albergaba en su interior la gigantesca estatua de Zeus, de Fidias, hoy desaparecida. Parece ser que fue llevada a Bizancio, donde, por una ironía del destino, fue quemada. Ay, el fuego sagrado...


Restos del Templo de Zeus

viernes, 16 de marzo de 2012

DELENDA CARTHAGO



Catón solía ponerse bastante cansino en el senado de Roma con la famosa cantinela Delenda Carthago (Hay que destruir Cartago), hasta que se salió con la suya. Finalmente, Cartago, la actual Túnez, fue destruida tras su derrota en la última guerra púnica. Catón se quedaría a gusto y los romanos se quedaron con Cartago.


El emperador Claudio escribió una Historia de Cartago y el calígrafo se empeñó en ilustrársela con elefantes. A Claudio no le gustó nada el detalle y le obligó a suprimir los dibujos. Como buen romano, Claudio era partidario de la sobriedad. Y eso mismo hizo Roma con Cartago, mermar su influencia asiática y africana, aunque todas estas historias de romanos y cartagineses nos han dejado el hechizo de personajes como Aníbal, el hermoso Asdrúbal, Amilcar, Salambó y, por supuesto, los elefantes.


Cartago en época romana


Antes de que Túnez se convirtiera en uno de los graneros de Roma, habitaban la región las tribus bereberes, que vieron llegar a sus costas en el siglo IX a. C. a los inevitables fenicios, colonos de Tiro que se multiplicaban en todo el Mediterráneo. Tras su largo periodo romano, Túnez fue conquistada por los vándalos, pero los bizantinos la reconquistaron en el siglo V.


La islamización y arabización de la zona comenzó dos siglos más tarde, cuando árabes musulmanes fundaron Kairuán, la primera ciudad islámica del norte de África. En esa época Túnez se llamó Ifriqiya y formaba parte del califato omeya.


Posteriormente, la región anduvo durante mucho tiempo de mano en mano: los bereberes nativos trataron de recuperarla, los egipcios también la quisieron y entre todos consiguieron arruinarla. Incluso los españoles llegaron a dominar algunas ciudades costeras, pero toparon con el temible Turco, que entró en acción, se hizo con Ifriqiya y la convirtió en provincia otomana con cierto grado de independencia.


Túnez fue francesa desde el siglo XIX hasta 1956, en que se independizó definitivamente. A partir de ese año el país fue conducido a cierta modernización que a la larga no ha resultado ser tal, como prueban los últimos acontecimientos. Su capital, Túnez, ocupa una zona muy cercana a los restos de la antigua Cartago, tanto que se temió que la expansión de la capital destruyera las ruinas. Para evitarlo fueron declaradas Patrimonio de la Humanidad en 1979. Catón debe removerse en su tumba.

jueves, 15 de marzo de 2012

ALGO PASA CON GRECIA



ALGO PASA CON GRECIA desde el año 2009, cuando se celebraron elecciones generales. El candidato socialista, Yorgos Papandreu, obtuvo la mayoría absoluta y derrotó al partido que había gobernado durante las dos anteriores legislaturas, el de Karamanlis. Al llegar al poder, el nuevo gobierno hizo público que el anterior había falseado las cifras del déficit griego, que se estimaba en un 3,7%. En realidad era del 12,7%, guarismo que puso de los nervios a las instituciones financieras y a toda la Unión Europea. La consecuencia inmediata fue un endeudamiento mayor del país para hacer frente a su deuda externa, y las medidas draconianas no se hicieron esperar. Rondas y rondas de decisiones cada vez más salvajes. Las últimas, de febrero de este mismo año, reducen en un 22% el salario mínimo y prevén el despido de quince mil funcionarios. La vida cotidiana de los griegos se ha resentido mucho y la indignación campa un día sí y otro también en las puertas del Parlamento.

Grecia ha sido trending topic casi a diario: la deuda de Grecia, el primer rescate de Grecia, cien mil griegos concentrados en la plaza Syntagma, el miedo al contagio, no querer terminar como Grecia, las barbas del vecino, trescientos mil griegos otra vez en Syntagma, el segundo rescate de Grecia, las amenazas made in Merkel… Y vuelta a empezar.

La deuda de Grecia parece un pozo sin fondo y  lo más probable es que sea la punta de un iceberg que nos está cuestionando a todos los demás. Por eso tal vez va a ser inoportuno y bastante demagógico recordar la deuda que todos los demás tenemos con Grecia: en las costas del Egeo surgieron las primeras civilizaciones europeas, la democracia, la filosofía, el arte y la literatura occidentales, el estudio de la historia, la política, los principios de la ciencia, las ciudades… Y la tragedia.

EL TEATRO DE TAORMINA


Dicen que durante sus vacaciones en Italia Goëthe quedó fascinado por el teatro de Taormina. Es uno de los mejores conservados en su estilo, junto al de Siracusa, aunque ambos son muy diferentes. El de Siracusa es estrictamente un teatro griego. Éste, como veremos, nos recuerda más a los que conservamos en España. Taormina tuvo, además, otro teatro, mucho más pequeño: el Odeón romano, cuyo emplazamiento era la parte posterior de la iglesia de Santa Caterina.


Fueron los griegos de Tauromenion quienes lo construyeron, sobre el siglo III a. C. Más tarde, en la época romana de Augusto, el teatro, por una parte, fue ampliado. Por otra, fue despojado de la simplicidad y elegancia de los teatros griegos, sobre todo en la parte del escenario, donde se alzaron dos filas de columnas. Sin embargo, los romanos no lo usaron como teatro, sino que lo destinaron para el espectáculo de los gladiadores.


Su estructura nos resultará familiar: escena, orquesta y cávea, como nuestro teatro emeritense. Su origen griego puede apreciarse en los peldaños de las escalinatas, pulidos directamente sobre la roca y aprovechando la geografía cuneiforme de la colina. La vista desde las gradas permite una panorámica hacia la bahía de Naxos y el volcán Etna al fondo.




Con la invasión árabe el teatro sufrió grandes expolios, que se prolongaron en el tiempo y hasta el siglo XVIII no se hicieron en él las primeras excavaciones. En el XIX  comenzó la reconstrucción de algunas de sus zonas sin criterio fijo, y solo a partir de 1955 se emprendió una restauración seria. Ya en la década de los noventa empezó a funcionar de nuevo para la representación de obras clásicas, óperas, conciertos y todo tipo de espectáculos.

miércoles, 14 de marzo de 2012

TAORMINA, LOS ÁRBOLES Y EL BOSQUE


Otra leyenda cuenta que, en alguna ocasión, los marineros que pasaban por la costa oriental de Sicilia olvidaron hacer sacrificios en honor a Poseidón, y él, como castigo, los hizo naufragar. Murieron todos, salvo un tal Teocles, que se refugió en el actual Capo Schisò. Al volver a Grecia, Teocles fue proclamando por todas partes las maravillas sicilianas y convenció a los griegos para que se instalaran en la isla. Fue una especie de efecto llamada, porque la costa este de Sicilia se llenó de griegos.


Taormina -como Catania, como Siracusa, su principal competidora- fue fundada por los griegos con el nombre de Naxos. Entre Naxos y Siracusa hubo tal rivalidad que el tirano de Siracusa, Dionisio I, destruyó Naxos y les entregó lo que quedó de ella a los primitivos sicilianos, los sículos o sicanos, quienes establecieron en el lugar el campamento de Monte Tauro (nada que ver con la palabra toro, ya que ese tauro también significa monte).


No obstante, Dionisio volvió a la carga, llenó Taormina de mercenarios suyos y de los sículos a la ciudad sólo le quedó el nombre, Tauromenion, en versión griega. La ciudad se helenizó completamente. Ni bizantinos, ni romanos, ni árabes ni normandos, ni siquiera las travesuras del Etna lograron despojarla de su impronta de ciudad griega.


Taormina desde el Teatro Grecorromano


El caso es que o la historia parece repetirse o el destino no le ha dejado nunca a la ciudad ser de los sicilianos, igual que no le permitió ser de los sículos. Desde el siglo XVIII fueron los viajeros los que tomaron Taormina, algunos ilustres, como Goëthe, Truman Capote, Thomas Mann, y más tarde las estrellas de Hollywood, quienes la eligieron como ciudad de descanso.


Esa atracción que ha ejercido Taormina en los viajeros también la ha condenado: en realidad, es casi imposible apreciarla y solo su teatro grecorromano está a salvo de los árboles que no dejan ver el bosque. La ciudad hay que imaginarla detrás de su máscara: de su abigarramiento de tiendas -el paraíso del comprador de recuerdos-, cafés, restaurantes y hotelitos que atestan su vía principal, el corso Umberto I, entre las dos puertas de la ciudad, la de Catania (al sur) y la de Messina (al norte). 


Taormina vende cara la visita y exige ciertos sacrificios. Es imposible acceder en coche ya que todo es peatonal y hay que optar por el autobús o el funicular para llegar al centro histórico. Hoy Taormina tampoco es de los sicilianos. Es de los turistas, y eso se paga.